Cuando entramos por primera vez a un lugar lleno de personas, lo primero que activamos es nuestra capacidad de relacionarnos. Qué tan bien nos va depende, sin duda, de las habilidades sociales que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida, especialmente en la niñez y juventud.
Rebeca Molina, directora ejecutiva de la Fundación Presente, indica que mientras “en casa te sientes resguardado, en el colegio aprendemos a relacionarnos, compartir, jugar, resolver conflictos y llegar a acuerdos; generamos las herramientas para relacionarnos con otros”.
No obstante, relacionarnos puede ser complejo. ¿Recuerdas tu primer día de clases o el de tu hija o hijo?, ¿cómo te sentías? Es probable que estuvieras lleno de incertidumbre.
“El colegio era todo un mundo, (…) estaba súper nerviosa”, recuerda María José Gajardo, apoderada de Prekínder. “Lo único en lo que pensaba era que mi hija pudiera adaptarse bien, que tuviera buena acogida con sus compañeros y que no tuviera problemas”, rememora.
Esta etapa en la vida es una gran oportunidad para hacer nuestros primeros amigos, crecer y desarrollarnos de la mejor manera. Para María Ignacia Cruzat, psicóloga del Colegio San Lorenzo, “en este nuevo ambiente las niñas y niños están en constante aprendizaje, guiados y acompañados por educadores. Esto es justamente lo que crea las bases para que podamos relacionarnos de la mejor manera cuando llegamos a ser adultos”.
“Uno aprende primero a compartir, luego a solucionar conflictos, después a ser mediador y, por último, a comunicarse asertivamente y ser capaz de enfrentar problemas. Entonces, es demasiado importante aprender a hacerlo desde pequeños”, concluye la psicóloga.
Retomando el camino
No cabe duda de que la pandemia fue un factor clave a la hora de relacionarnos hoy en día. “Nos dejamos de ver las caras, nos acostumbramos a los chats, a los emojis, al correo y a las videoconferencias. Entonces, al volver al colegio, no había códigos sociales, se confundió todo y empezaron los problemas de resolución de conflictos, de expresión de las emociones y de los propios sentimientos”, explica María Ignacia Cruzat. Regresar a lo presencial no fue fácil, y menos volver al colegio. Sin embargo, asistir fue la mejor manera de superar los desafíos.
“Sabemos que la vida es difícil y necesitamos herramientas para enfrentarla. Por eso, es en la niñez donde practicamos el resolver desafíos. Si un niño ve que puede enfrentar un problema como el frío, el aburrimiento o la lluvia, se está construyendo a sí mismo y su identidad, generando una mayor autoestima”, nos recuerda Rebeca Molina, quien colabora con Colegio San Lorenzo y otros establecimientos para mejorar los índices de asistencia a través de la Fundación Presente.
María Ignacia Cruzat sostiene que, cuando los niños se sienten acogidos, escuchados y acompañados por el colegio, asisten más y se sienten más cómodos, en un espacio seguro. Esto crea un ambiente sólido para el aprendizaje académico. Además, afirma que el propósito del colegio es ayudar a los estudiantes y sus familias a desarrollarse integralmente, acompañándolos en lo académico, social, emocional y personal, para que adquieran las virtudes y valores deseados.
El colegio es, tanto para estudiantes como para apoderados, uno de los mejores lugares para aprender a relacionarnos. “Mi mayor deseo es que sea una niña muy feliz, que disfrute de esta primera etapa, que es donde va a empezar a relacionarse con más niños”, menciona María José Gajardo, madre de Adhara, quien ya comienza a hacer sus primeras amigas, aprendiendo las habilidades para su vida y construyendo las bases de una convivencia armoniosa.